domingo, 22 de mayo de 2011

Nadie lo quiere creer, la patria de los espectros. La Zaranda






Nadie lo quiere creer es la última creación de la Cía La Zaranda (“Teatro inestable de Andalucía la Baja”), un espectáculo que roza lo grotesco y que logra reflejar la realidad con una crudeza que impresiona.
Un trabajo esperpéntico en el cual podemos advertir el gran recorrido teatral que llevan a sus espaldas estos magníficos tres actores, con una prolija trayectoria de doce obras teatrales que se remontan hasta los años sesenta. Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos demuestran su maestría interpretativa, cuyos cuerpos siempre activos nos dan escalofríos y cuyos rostros expresivos y siniestros nos llevan a reflexionar.
Observamos en este trabajo constantes comunes a sus obras anteriores: el trabajo con los objetos y la creación de un expresionismo visual, muestras de un cuidado proceso creador.


Este espectáculo nos descubre una magnífica y mordaz mirada a la realidad más cercana a nosotros, más lo que queremos creer, con una puesta en escena gravemente dramática y efectista que nos sumerge todavia más en el terror de la trama.

El texto del magnífico autor Eusebio Calonge nos sumerge en un letargo, una incomprensible gravedad que nos hace preguntarnos sobre la muerte, sobre la devastación del tiempo, sobre cuál es nuestro fin en esta vida; temas que todo hombre ha presenciado o presenciará.

Donde lo corporal equipara a lo verbal, los actores caracterizan de un modo asombroso a tres peculiares personajes cuyas voces, expresiones y movimientos demuestran un dominio total de la escena y del territorio simbólico sobre el que actúan.

Cabe destacar, asimismo, la escasez de elementos de atrezzo, basando toda su escenografía a las múltiples combinaciones que son posibles con cuatro ventiladores de pie, un par de sábanas, una caja de madera de un reloj y varias sillas.

Es preciso aludir a una lograda fusión entre la realidad y la ficción, creando un espectáculo desolador plagado de muertes inminentes y espectros amenazantes. Esta desazón encuentra su contrapunto en un alegre acompañamiento musical, combinación que aporta, una vez más, el toque siniestro que llena todas y cada una de las escenas de la obra.

Un golpe amargo, sombrío, tétrico, siniestro, macabro, lúgubre. Una sacudida que nos acerca a la realidad más desoladora donde la comedia se funde con el drama, dejando un amargo sabor de boca, sin dejarnos cerrarla ni por un instante.


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