viernes, 20 de mayo de 2011

Tokio ya no nos quiere, Ray Loriga



Tokio ya no nos quiere es una joya de ciencia-ficción literaria escrita por el escritor español contemporáneo Ray Loriga.

Loriga es autor de otros titulos destacables como Lo peor de todo, Días Extraños, Héroes y Ya sólo habla de amor. Perteneciente a la llamada Generación X, una teórica generación de escritores jóvenes “pasados de vueltas” nos regala obras que reflejan personas desarraigadas, sometidas a circunstancias duras, las voces de una juventud desencantada y quejumbrosa, decadente y agonizante. Ray Loriga es también director de cine español, con títulos a sus espaldas como La pistola de mi hermano o Teresa, el cuerpo de cristo y ha escrito y colaborado en los guiones cinematográficos de Carne Trémula y El séptimo día. Se le ha llegado a comparar con autores de la talla de Ballard, Dick, Gibson, Burroughs y Houellebecq. Los textos de Ray Loriga debemos verlos desde un prisma diferente al resto de escritores, sobretodo ante un panorama literario dominado por bestsellers carentes de la más mínima calidad literaria.

Tokio ya no nos quiere nos cuenta la historia de un comerciante de química erosionadora de memoria, una especie de droga que elimina selectivamente los recuerdos. A medida que avanza la novela, vamos siendo testigos de la memoria de nuestro anónimo y desmemoriado protagonista, el cual no es muy difícil de adivinar que también es consumidor de esa droga y muchas otras de forma continuada. La dosis conveniente cuando se necesita, y todo el dolor acaba.
La narración sucede en un futuro cercano y casi inmediato, a partir de la cual contemplamos la carencia manifiesta de contacto con la realidad del vendedor. Podemos percibir los cambios con respecto a la actualidad, nada es como lo conocemos, pero podemos oler e incluso tocar gran parte de los acontecimientos, el cambio no es tan radical como para que no reconozcamos el entorno.
El libro nos muestra una paradoja desconcertante: una búsqueda desesperada de recuerdos y realidad, el más crudo reflejo de una decrepitud vital en constante unión al presente, y a su vez la desesperación por olvidar la memoria que avasalla al protagonista, atemorizado por un pasado que ni siquiera el lector alcanza a conocer. Recuerdos de Tokio, una bella dependienta de una floristeria, una mujer que juega en los casinos de Arizona, California, Utah y Nuevo México; una historia de amor que, inexplicablemente, nuestro hombre se ve obligado a olvidar.
Podemos contemplar un panorama repleto de sexo, de perversiones, de fetichismo, de drogas, alcohol, viajes por carreteras polvorientas del más puro far west... Constantes de una aventura carente de una línea argumental nada necesaria para su comprensión e incluso de agradecer para poder penetrar más aún en la concepción del protagonista, un hombre con mucho que olvidar, demasiados recuerdos en un vendedor de ese calibre. Poco a poco, gracias a estas extrañas drogas y muchas otras, olvida y olvida, hasta que acaba por olvidarlo todo, incluso aquello que no quiso olvidar. Este es el drama de la historia, el olvido como fin último, lo trágico de olvidar, finalmente, hasta aquello que quería olvidar y por qué.

En el aspecto formal, resulta agradable encontrar una sintaxis caracterizada por frases cortas, comas muy ocasionales e ideas aisladas, bellas en sí mismas. Una prosa desgarradora y casi vertiginosa plagada de frases sublimes, metáforas de la existencia.
Nos hallamos ante una estructura aparentemente lineal, aunque con frecuentes vacíos y cortes bruscos. Retazos de la memoria de un hombre cansado, que caen aquí y allá dejándonos un sabor agridulce en la lectura. Somos meros espectadores de los devenires más sórdidos transcurridos en los continuos viajes de un vendedor de la química más destructora.
Una bajada a los infiernos, una historia profundamente sombría, una desgracia abismal contenida en su simplicidad.

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